lunes, 15 de diciembre de 2014

El choque.

Siempre pienso y hablo de como, sin importar cuanto uno se prepare una para ir a un lugar, habrá una sensación de sorpresa cuando lleguemos a este. La grandeza del DF volando desde Santo Domingo, las alturas de Machu Picchu, la humedad de selva chapina, el olor a sal de las playas hondureñas, los amaneceres del sur de Chile, la inmensidad de sus bosques, todas son sensaciones que están grabadas en mi memoria a fuego, no tengo ni que cerrar los ojos para recrearlas. 

Pero Asia, ufff, fue una verdadera patada en el trasero caminar por primera vez por las calles de Hong Kong.

Llegué como a las 22.00 después de una travesía de dos días, de las cuales 24 horas fueron de espera en el aeropuerto de Atlanta.


Construí un nido para poder descansar.


Caminé por el aeropuerto desorientada, sin saber que esa sensación me acompañaría durante el 100% del tiempo que llevo acá (¿iré a dejar de sentirla en algún momento?). Pregunté a un amable joven como cresta salia de ahí y me apunto a la parada de bus. Raro, todo raro, cambiar los primeros dolares a HKD, tomar perdida la micro mostrando ñoñamente el mapa al micrero, hablar con la señito que me mostró donde podía encontrar un hotel barato. 

En fin, llegar a un nuevo destino, pero en versión "extra dificultad porque el idioma es imposible".

Me bajé de la micro y me tuve que sentar un rato, abrumada. 

El ruido, la gente, el olor, los carteles incomprensibles. Un shock total. Fui al macdonals a comerme un sanduich (no me daba para pensar en como conseguir un plato de comida callejera a esas horas) y me fui a acostar al primer hotel que me alojaría, creyendo que con la luz de la mañana vería todo mucho más claro. Creo que está demás decir que no fue así.


El hotel con los mejores cuadros del mundo.


No me creía ni el baño del hotel, a la mañana siguiente a regatear otro más económico (¡Hong Kong es carísimo!) y llegué al mercadito de los habibis. Indios, paquistaníes, y demases comerciaban, de un cuanto hay, en el primer nivel de un edificio de cien mil pisos que albergaba quinientos mil hoteles. 

No tengo muy claro todavía como me comuniqué (y me comunico) con la gente, es una extraña e instintiva mezcla de español, inglés, y mimo.

Hong Kong no me gustó mucho, que quieren que les diga, el olor a huevo podrido, la marea humana y los inmensos edificios hicieron que no me sintiera cómoda en la ciudad, pero valió la pena por varias razones:

1.- El choque. Sentir en la guata que llegaste a Asia tiene su algo entretenido, los carteles en chino, las caras de la gente, escuchar el idioma por las calles, la novedad es sumamente interesante y divertida. 



2.- El parque Hong Kong. Una maravilla. Caminé durante horas mirándolo todo, disfrutando de la naturaleza, espiando a las aves y a los tatitas haciendo tai chi. Una paz inmensa que no creí que iba a sentir en esa ciudad tan loca.


3.- Los museos. Simplemente espectaculares, especialmente dos: el de Historia y el de Arte. Ambos son enormes (ENORMES), excelentemente iluminados, creativamente montados, aptos para recibir exposiciones de lo que sea y, en el de historia, las salas decoradas, pintadas y empapeladas acorde a la exposición temporal que había en ese momento (sobre el palacio de los zares rusos). Mis patiperros ojos nunca habían visto nada igual, mil patadas en la raja a todos los de Chile, mil patadas en la raja al Louvre y al de Berlín. SE-PA-SÓ. A quienes les interese porfavor vean las web de los museos, son geniales.


4.- Ver la ocupación del movimiento "Umbrella". A veces siento que en Chile estamos tan desconectados del resto del mundo, que fue bacán poder ver a un movimiento social que, al igual que muchos de los de casa, luchan por más y mejor democracia, ayudándome a ver que, en el fondo, no somos tan diferentes.


Y así fue Hong Kong. Una laberíntica experiencia dominada por el Jet-Lag, el apestoso aroma de las calles y una sensación de incomodidad constante. ¿Valió la pena?, pues claro, siempre vale la pena sorprenderse por un lugar aunque no nos guste (creo yo). Luego de siete días ahí viré a Bangkok, donde es todo mucho más agradable, y tras tres días ahí me vine al norte de Tailandia, a recorrer ciudades más pequeñas y caminables. Tailandia me ha encantado, la gente es amable, los lugares preciosos y la comida deliciosa.

Bienvenida a Asia. 

¡Pronto más aventuras!




1 comentario:

  1. Puta que bkn, me dieron ganas de sentir eso pero AHORAAAAAAAAAA jajajaja Vas avanzando rapido en tu recorrido, espero que podamos encontrarnos a mitad de camino, un beso

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