martes, 2 de julio de 2013

Fantasmas de Carnaval

Honduras, tenía tantas ganas de conocer ese país. Estuve como dos semanas. Por la capital solo pasé. Un poco caliente la zona, me mantuve en la costa pacífica del país, en donde estaban los carnavales.

Se armó un grupo bien entretenido, con catrachos (hondureños), chapines (guatemaltecos), salvadoreños, un mexicano, un italiano, ¡hasta una canadiense y una francesa andaban por ahí!.

Llegamos de noche a La Ceiba. Yo, acompañada de la banda, caminando con todas las pertenencias, por las calles oscuras de una ciudad desconocida, sin ningún temor. Era divertido porque al final todos los chiquillos me cuidaban un montón y yo los cuidaba también, era como su consejera emocional, costurera, profesora, y un largo etcétera. En realidad en todos los lugares donde he llegado he ido encontrando amigos y amigas con los cuales nos apoyamos y cuidamos las espaldas. Las categorías de personajes se van repitiendo: las comadres, los guardaespaldas, los fans, y las ratas.

Les contaba en la entrada anterior que lo más interesante de los carnavales es que todos los días de la semana había "carnavalitos" en diferentes barrios, y terminaba la semana con un gran "carnavalón" en el centro. Entonces se pasea harto, se conocen un montón de lugares y barrios y la masa nómade de comerciantes se va moviendo y encontrando en todos lados.


La Ceiba, 2013.

La banda se disgregó, varios volvieron a sus hogares, otros partieron rumbo a zonas más turísticas de Honduras, como Roatan. Yo partí con tres rastudos a Saba. Camino hacia allá me contaban como la zona estaba dominada por el narco, y que, a pesar de la prohibición en la región para portar armas, todos andaban armados. Lo bueno es que como el pueblo lo cuidaban los narcos era muy seguro. Otra semana de carnavales. Nos encontramos con varios amigos de La Ceiba. Caminé por el pueblo y disfruté de su tranquilidad.

Tarde de río con los rastudos. Saba, 2013.

Y terminaron los carnavales. Los últimos días en Honduras los pasé en Tela. Una ciudad con una playa paradisíaca. Lamentablemente no tengo fotos. Estuve todo el tiempo tumbada en la arena. Descansando y despidiéndome de un país que me sorprendió en todos los sentidos y al que tendré que volver en algún momento. Quedé al debe con Honduras.

Tomé un bus de Tela a San Pedro Sula, se San Pedro Sula a Tegucigalpa, de Tegucigalpa a Managua, de Managua a San José, de San José a Ciudad de Panamá. De Panamá un vuelo a Cartagena de Indias. En tres días pasé de centroamérica al caribe colombiano. 

En Cartagena me junté con mi amiga, intercambiamos abrazos y noticias. 

Ahora me instalé en esta ciudad. Ya encontré el nido de ratas más barato para vivir y la seño que vende almuerzos a dos dólares. Tengo conquistados a los chiquillos de mi almacén de la esquina. Estoy haciendo barrio en Getsemaní, que fue límite de la ciudad por muchos años, y  está lleno de casas patrimoniales donde, a diferencia del centro histórico, aún viven los viejos habitantes del barrio, al atardecer se sacan las sillas a la vereda, se toma cerveza en la plaza y los vecinos cierran la calle para jugar beisbol todos los domingos y festivos.

Lo genial es que es caribe, pero es sudamérica. Tiene un poco de ambos. Empiezan a aparecer los viajeros del sur, argentinos, peruanos, chilenos. Empieza a aparecer el mundo inca. Y yo, ubicándome y aprendiendo nuevos códigos, pero sintiéndome como en casa.

Mi barrio.