sábado, 23 de marzo de 2013

Me gusta Guatemala.

No me doy ni cuenta como pasa el tiempo. Han pasado 5 meses desde que salí de mi Frutillar. Lo he pasado chancho. He conocido lugares maravillosos. Me muevo, me estaciono, me vuelvo a mover. Conozco gente linda todos los días. A veces me siento perdida. A veces me da miedo. Pero me sigo moviendo.

Este mes en Guatemala ha estado de lujo. Entre paseos y descanso como les contaba la otra vez. 

Fuí al Lago Atitlán. Conocí el mercado de Chichicastenango. Estuve en el campo tostando café. Partí al centro del país en un lugar llamado Semuc Champey, con nueve piscinas naturales, y unas cuevas, ahí pasé un día completo en bañador andando por el rio. Me sentí como Gollum.
Semuc Champey

Terminó el mes de renta de mi cuarto en Antigua. Agarre mis cinco pilchas y me vine para el norte del país. El centro de operaciones ahora es la isla de Flores. Me vine pensando en ir a Tikal y conocer un poco. Y la verdad es que me ha encantado.

Estoy en un hostal muy buena onda. Me recibió Daniela y Matías, mis nuevos amigos chilenos. Dejé la mitad de mis pertenencias en el hospedaje y con dos calzones y un pantalón partí a la selva. Lo lindo de acá en el hostal de Flores es que la gente que circula trae muy buenos datos sobre los alrededores. Me habían contado que Uaxactun bien valía una visita, pero cuanto te cuentan las rutas, como llegar, los precios, donde alojarse, no queda otra que agarrar la mochila y partir.

Uaxactun queda a 23 kilómetros al norte de Tikal. Es una aldea de mil habitantes. Sale un bus a las 6 de la mañana y llega un bus a las 5 de la tarde. En la plaza andan los caballos, chanchos, gallinas y pavos reales. La aldea queda en medio de un sitio arqueológico maya. Los niños juegan entre la selva y los adultos extraen las riquezas de la jungla. No hay electricidad y el calor es abrumador. 

Uaxactun. Ruinas y selva.

Apenas llegué me fui a ver atardecer en el observatorio astronómico maya. Ahí uno se queda pegado porque como estás en la mitad de la selva las estrellas se ven maravillosas. Hay que andar con un palo siempre para espantar a las serpientes y con una velita para alumbrar el camino cuando se esconde la luna. La selva es peligrosa y hay que andarse con cuidado.

Me gustó tanto, para variar siento que las palabras se me quedan chicas. Uno camina y se mete a los templos. La historia está viva y las ruinas están en uso. Eso me encantó. Llegué además para el equinoccio. La verdad es que yo ni idea tenia. Se armó un escenario en la plaza con bailes tradicionales y el animador más bizarro que he visto en mi vida. Antorchas, danzas, comida y bebida (delicioso el Chumpiate, chicha local, yo prové la de caña y maiz).

Luego de pasar una noche en la selva (haciendo un tour nocturno por las ruinas), empezó a clarear. En la ruina del observatorio instalaron una tarima para que la gente no se subiera a la pirámide. Pero yo vi el equinoccio desde el suelo, porque un chamán estaba haciendo una limpieza, mientras quemaba copal y semillas. Justo cuando terminó de escupirnos aguardiente en la cara, nos dijo que la ceremonia había terminado y que era hora de ver salir el sol, que pasaba perfecto por atrás de la pirámide central. No pude evitar soltar un lagrimón.

Me llegó la hora de conocer Tikal. Fui dos veces. Caminé como loca. Me subí a todas las pirámides que se cruzaron por mi camino. Vi la inmensidad de la selva. Descubrí el poder de los mayas. Quedé impresionada, me pasa que me acuerdo y me vuelvo a conmover.

Muy lindo Tikal.

Y ahora volví a Flores. Pasaré unos días de camping en el lago. Volveré a Antigua para Semana Santa. Salgo de este maravilloso país el 1 de abril rumbo a Honduras. 

Con nostalgia lo dejaré como voy dejando todos los lugares. Pero me llevo un pedacito de selva conmigo.