miércoles, 15 de abril de 2015

Siempre de allá para acá.


No quería salir de Tailandia sin actualizar aquí :)

La visa está en la billetera, el curso de mandarín en el reproductor de mp3, las aplicaciones necesarias en el celular, la mochila empacada. 



Pasito de baile.


Chicas y chicos, nos volvemos para China, porque Hong Kong no es ná China y toca ver la Gran Muralla, los Guerreros de Terracota y los osos pandas. Y los campos de arroz. Y quien sabe cuantas maravillas más. 


Primera etapa.

Mañana empiezo camino hacia el norte para pasar otra semana en Laos y seis en China. Luego de cuatro meses en Tailandia. Maravillosos cuatro meses, en maravilloso país que me dio una casa en el Asia. 


El gatito del Guest House se viene a dormir conmigo.

Estuve en Pai como un mes y medio, en Chiang Mai otro mes, en Bangkok tres semanitas entre ida y vuelta, Sukotai, Ayuttaya... Angkor, en Camboya, Vientiane y Luang Prabang en Laos. 

Me dejo debiendo Vietnam, más de Camboya y Myanmar para mi próxima vez en Asia.


Ositos panda en Laos.

Ahora estoy en Chiang Mai para variar un poco, luego cuatro meses, tres años nuevos, dos parrilladas, cientos de budas, una probadita de opio, muchos amigos nuevos, cinco mamitas, cuatro hermanos chicos, viajes, trenes, bicicletas, camionetas, caminatas, amaneceres y atardeceres.


 Muchos cielos rosados.

Me llevo a Tailandia y a su gente en el corazón.  

Me gusta tenerlo llenito de casas, familia y amigos.


Cosas locas en Bangkok.


En China quedo sin blog, así que actualizo, con historias sabrosonas, nuevamente en junio, desde México DF. 


Prepárame la cena DF, 
que regreso pronto.

Os quiero, os amo, os adoro. 

No podré usar gmail ni facebook tampoco así que les dejo mi dirección, mscaraccich@yahoo.com, por si quieren escribirme.


Nos fuimos.

¡Buena suerte para todos! 

¡Feliz año nuevo desde Tailandia!




jueves, 5 de febrero de 2015

Pai.



"Espero partir el lunes por unos días al pueblito de Pai, si me gusta recibiré allá al nuevo año. Luego quien sabe, iremos viendo en el camino". 

Así nomás escribía la otra vez. Me sorprende lo inocente que puedo llegar a ser cuando escribo estas leseras. La realidad fue que pasé el año nuevo con unos amigos en un pueblito solitario con termas y cuevas (Chiang Dao). Y de ahí me fui para Pai.

Pucha que me gustastes Pai. 

Instálense que me largo a contarles, hasta videíto les puse esta vez.

La cosa es así, tiene 2.284 habitantes (según Censo 2006, así que añada un par de cientos, así al ojo, más la población flotante), está lleno de música, y se vive en lo que acá llaman “bungalow”.


Casa.

A mi alrededor, montañas, árboles de papaya y fruta estrella. Una cocina y tres perros. La patrona es una señora muy baja y flaquita llamada Big Mamma. Obvio que es una ídola. Armamos los mansos planes para que mi mamita me pudiera llamar a su teléfono. Se reía conmigo la mamachita. Yo le hacía gracias todos los días.

Compartimos el citè con el más variopinto grupo de humanos: desde un heroinómano árabe, hasta una nana ucraniana. Se podrán imaginar. Podíamos montar un pequeño "freak show" en cualquier momento.

Todo pasaba en torno a la mesa de la cocina, pero para la privacidad uno se iba al rio o a los árboles, y para, el trabajo, a la oficina.


¡Hasta empecé a escribir un libro el otro día!

Así se me fueron los días, las semanas más bien.

Pero no crean que todo fue flojera, porque también he trabajado y paseado.

Porque en total he estado tres semanas en Pai, pero he ido y vuelto ya tres veces. Lo mejor es que cada vez el camino me muestra diferentes caras de las montañas. Y cada vez la población del “Guest House” se renueva.

Fui a Chiang Mai y me volví. Siempre que salgo y vuelvo de Pai paso, al menos un día, en Chiang Mai. Me quedan cientos de mercados que ver aún. En el de las pulgas me compré una bicicleta. Les presento a mi avión: 



También volví a Bangkok y lo conocí un poco mejor. Vivía en un lugar que era como una burbuja dentro de la locura de la capital. Oíamos el sonido de uno de los cientos de ríos y canales. Al lado había un parque con stupa y todo. Y una amiga tailandesa me saco de paseo. Anita creció allá y nos mostró unas cosas increíbles.


Este era su edificio favorito de la ciudad.

Y de ahí solita para Ayutthaya, el sitio arqueológico que, según dicen todos, es más bacán que el de Sukothai (es mentira, no hay como Sukothai).

Fui en tren porque me dio susto salir de Bagkok en bicicleta.


Me encantan los trenes.

Sentarme en el “entrecarro” a fumar un pucho, mirando el paisaje es lo mejor.

En tren llegué a Ayutthaya, capital del reino del mismo nombre entre 1.350 y 1.767 (adivinen: ¡ese año llegaron los birmanos!).

Luego del paseo en tren crucé uno de los canales para llegar al centro de la ciudad, donde hay tres sitios arqueológicos. Lo que a mí no me gustó, es que la ciudad es gigante, entonces al lado de los sitios hay unas autopistas enormes, llenas de ruido y de gente, es complicado llegar, y para cada sitio hay que pagar una entrada diferente. Pagué la entrada solo al que tiene la gran cabeza de buda entre las raíces. A eso vine a Ayutthaya.

Menos mal no estaba tan lleno.

Igual era raro ver a todo el mundo haciéndose selfies con el buda atrás.


A ver esto vinimos.

El parque es bonito, pero el calor es impresionante y no hay ni un árbol. Lo que sí, el buda es hermoso y me comí la mejor sopa de 15 baths del universo.

Así que eso, unas vueltas en bici alrededor de las stupas, colarse a una, mirar los templos y shaoooooo, nos volvemos para las montañas.

Porque la casa es un refugio entremedio de las montañas.


Esa mañana no sabía lo que me esperaba.

Tailandia me la había estado haciendo demasiado fácil.

Yo me hacia la choriza, pero la verdad es que me demoré tres días en llegar a Pai de vuelta.

El primer día salí tempranito a la ruta y tuve un día de mierda, así, tal cual.

Avancé 400 kilómetros en 12 horas, en, por lo menos diez autos diferentes. Lloré dos veces, ¡dos veces!, ¡así en la mitad de la ruta!, ¡como una loca!.

Menos mal terminé en un templo, ¡gracias templos!, en la mitad de la nada. Un caballero de un almacén me ayudó a comunicarme con el monje y juntos me armaron un nido. El monje muy tierno a la mañana siguiente me dio café con leche y galletitas. Feliz partí el día dos. En 4 horas ya estaba en Chiang Mai. Parada. Cerveza con los amigos. Más feliz, al día tres, paseando por Chiang Mai tempranito en la mañana me digo, a la mierda todo, me voy para Pai ahora, como le contaba a una amiga, a anidar y celebrar el cumpleaños de mi madre. Una semanita más en Pai.


Después de eso me volví para Chiang Mai, tengo que ir al consulado chino a sacar la visa. Y más adelante, quién sabe… Ya les contaré.





viernes, 26 de diciembre de 2014

Primeras impresiones de Tailandia.

Algo ha pasado el choque. La sensación de desorientación, que pensé nunca me dejaría, ya no es persistente. Estoy en Tailandia y todo fluye bien. Chicas y chicos, bienvenidos todos al Asia.


¡El mejor pasito de baile!


Como les comentaba, Tailandia tiene hermosos paisajes, deliciosa comida y gente muy amable. Es impresionante lo cómoda que me siento aquí. Además es entretenido porque tiene turismo, entonces, además de la gente local, tienes la oportunidad de conocer gente de todas partes del mundo, y de Asia y de Tailandia mismo. Aún con eso doblas en la esquina y almuerzas en el comedor de la mamita versión tai, mientras te comunicas en tarzanesco inglés, español, tai y mimo con ella y su hija.


Que saben de agridulce con chile. 
Todo rico.

Chiang Mai es hermoso, está rodeado de montañas, la ciudad es muy grande, pero al centro lo rodea un muro, y está lleno de callejuelas y grafitis. Todos nos sentimos seguros dentro de la muralla. Fuera del muro todo es enorme, las distancias son larguísimas, las rutas construidas para los vehículos y no para las personas, en fin, la gran ciudad. La muralla es de fines del siglo XIII y principios del XIV. Fué construída para proteger la ciudad de las invasiones de los birmanos, (desde lo que hoy Myanmar), su historia aún es extraña para mi, pero cada día aprendo algo nuevo.



No te lo mandan a decir con nadie.

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Este es, entonces, el centro de operaciones, al menos así lo siento. Un lugar donde me siento muy cómoda (cada día más, de hecho) y desde el que hago paseos a otras partes, aunque más que nada estoy andando por la ciudad, sacando fotos y tratando de escribir y leer más. El lindo porque hice algunos amigos, y como compartiendo la vida es mejor, nos pasamos tips, nos enseñamos palabras en nuestros respectivos idiomas, nos juntamos a echar el pelo, en fin, una vida tranquila.


Chile, Alemania, Tailandia, Brasil y, 
el niño desenfocado es de China.

Otra cosa que me ha gustado es lo fácil que es viajar acá, la comida es buena y barata, los alojamientos también, te llevan a dedo al tiro, la gente habla inglés (con un acento complicado pero nos hacemos entender), son muy abiertos a oír otros idiomas, se matan de risa cuando les empiezo a hablar español o cuando mal pronuncio palabras en tai cambiándoles el significado. Me costó como dos semanas aprender a decir gracias. Pero a pesar de los dificil es lindo escucharlos, encuentro que su acento es muy divertido. El otro día una tailandesa estaba imitando a un japones, me partí de risa.



Con cuidado como siempre, 
hacer dedo es muy fácil.

Ya estuve en el sitio arqueológico de Sukhothai (hermoso), sábado y domingo son días de mercado así que me quedo en Chiang Mai y espero partir el lunes por unos días al pueblito de Pai, si me gusta recibiré allá al nuevo año. 

Luego quien sabe, iremos viendo en el camino.



Atardecer en Sukhothai.

¡Abrazos y felices fiestas!


lunes, 15 de diciembre de 2014

El choque.

Siempre pienso y hablo de como, sin importar cuanto uno se prepare una para ir a un lugar, habrá una sensación de sorpresa cuando lleguemos a este. La grandeza del DF volando desde Santo Domingo, las alturas de Machu Picchu, la humedad de selva chapina, el olor a sal de las playas hondureñas, los amaneceres del sur de Chile, la inmensidad de sus bosques, todas son sensaciones que están grabadas en mi memoria a fuego, no tengo ni que cerrar los ojos para recrearlas. 

Pero Asia, ufff, fue una verdadera patada en el trasero caminar por primera vez por las calles de Hong Kong.

Llegué como a las 22.00 después de una travesía de dos días, de las cuales 24 horas fueron de espera en el aeropuerto de Atlanta.


Construí un nido para poder descansar.


Caminé por el aeropuerto desorientada, sin saber que esa sensación me acompañaría durante el 100% del tiempo que llevo acá (¿iré a dejar de sentirla en algún momento?). Pregunté a un amable joven como cresta salia de ahí y me apunto a la parada de bus. Raro, todo raro, cambiar los primeros dolares a HKD, tomar perdida la micro mostrando ñoñamente el mapa al micrero, hablar con la señito que me mostró donde podía encontrar un hotel barato. 

En fin, llegar a un nuevo destino, pero en versión "extra dificultad porque el idioma es imposible".

Me bajé de la micro y me tuve que sentar un rato, abrumada. 

El ruido, la gente, el olor, los carteles incomprensibles. Un shock total. Fui al macdonals a comerme un sanduich (no me daba para pensar en como conseguir un plato de comida callejera a esas horas) y me fui a acostar al primer hotel que me alojaría, creyendo que con la luz de la mañana vería todo mucho más claro. Creo que está demás decir que no fue así.


El hotel con los mejores cuadros del mundo.


No me creía ni el baño del hotel, a la mañana siguiente a regatear otro más económico (¡Hong Kong es carísimo!) y llegué al mercadito de los habibis. Indios, paquistaníes, y demases comerciaban, de un cuanto hay, en el primer nivel de un edificio de cien mil pisos que albergaba quinientos mil hoteles. 

No tengo muy claro todavía como me comuniqué (y me comunico) con la gente, es una extraña e instintiva mezcla de español, inglés, y mimo.

Hong Kong no me gustó mucho, que quieren que les diga, el olor a huevo podrido, la marea humana y los inmensos edificios hicieron que no me sintiera cómoda en la ciudad, pero valió la pena por varias razones:

1.- El choque. Sentir en la guata que llegaste a Asia tiene su algo entretenido, los carteles en chino, las caras de la gente, escuchar el idioma por las calles, la novedad es sumamente interesante y divertida. 



2.- El parque Hong Kong. Una maravilla. Caminé durante horas mirándolo todo, disfrutando de la naturaleza, espiando a las aves y a los tatitas haciendo tai chi. Una paz inmensa que no creí que iba a sentir en esa ciudad tan loca.


3.- Los museos. Simplemente espectaculares, especialmente dos: el de Historia y el de Arte. Ambos son enormes (ENORMES), excelentemente iluminados, creativamente montados, aptos para recibir exposiciones de lo que sea y, en el de historia, las salas decoradas, pintadas y empapeladas acorde a la exposición temporal que había en ese momento (sobre el palacio de los zares rusos). Mis patiperros ojos nunca habían visto nada igual, mil patadas en la raja a todos los de Chile, mil patadas en la raja al Louvre y al de Berlín. SE-PA-SÓ. A quienes les interese porfavor vean las web de los museos, son geniales.


4.- Ver la ocupación del movimiento "Umbrella". A veces siento que en Chile estamos tan desconectados del resto del mundo, que fue bacán poder ver a un movimiento social que, al igual que muchos de los de casa, luchan por más y mejor democracia, ayudándome a ver que, en el fondo, no somos tan diferentes.


Y así fue Hong Kong. Una laberíntica experiencia dominada por el Jet-Lag, el apestoso aroma de las calles y una sensación de incomodidad constante. ¿Valió la pena?, pues claro, siempre vale la pena sorprenderse por un lugar aunque no nos guste (creo yo). Luego de siete días ahí viré a Bangkok, donde es todo mucho más agradable, y tras tres días ahí me vine al norte de Tailandia, a recorrer ciudades más pequeñas y caminables. Tailandia me ha encantado, la gente es amable, los lugares preciosos y la comida deliciosa.

Bienvenida a Asia. 

¡Pronto más aventuras!




viernes, 10 de octubre de 2014

El equipaje.



El "Submarino Amarillo" entrando en bici a tierras venezolanas.
Agosto, 2013.


No sé en que momento de mi vida, me di cuenta que no me gusta andar con más de lo que puedo cargar. Me dí cuenta mirando como diferentes personas no podían con sus equipajes. No sé en que momento me dí cuenta, pero sé que desde que me dí cuenta intento, siempre, viajar lo más ligero posible.

Cuesta eso si, sobretodo cuando uno anda con la casa (y la Pyme) a la espalda.

Constantemente estoy sacando y metiendo cosas en la mochila, esto ya no lo necesito, fuera, ahora necesito uno de estos, adentro, esto pesa mucho, chao, esto pesa pero es muy útil, bienvenido.

Mi relación con el equipaje es de amor - odio. A veces quiero dejar la mierda tirada por ahí, y no verla más. A veces recuerdo en que bolsillo exacto esta justo lo que necesito en ese momento, y sonrío.

Ando con de todo un poco, ¿quieren saber con que?. Aquí va mi lista:

Amores de todos los tipos y colores
Un cuchillo
Sueños cumplidos
Cosmetiquero (tiene desde matico hasta una satinelle).
Canciones de mi tierra
La compu
Historias de mi pueblo
Cámara de fotos
Miedos
4 pares de calcetines
Recuerdos de fuego
4 cuadros
Seres queridos que me cuidan desde el más acá y el más allá
2 sujetadores
Cuentos añejos
2 calzas (una larga y una corta)
Vergüenzas 
3 poleras
La sonrisa siempre lista
Vestido floreado
1 corazón parchado
1 pantaloncillo
Descuidos varios
1 par de zapatos
1 Montaña rusa emocional
1 par de chancletas
2 manos que valoran el trabajo bien hecho
3 mochilas (grande, chica y mini)
1 pañuelito pa bailar
Piedras
Resacas
Saco
Transparencia
Carpa
Libertad
Alambre
Paz
Alicate
Leyendas
Tape
Alegría
Costurero
Respeto
2 cuadernos
Humildad
3 lápices
1 mente abierta
Postales
Incertidumbre
Papel craft
Esperanza
Tijeras
Cuidado
Jabón Popeye y escobilla
Sueños por cumplir


Tomando el sol en el Valle Sagrado. Octubre 2014.



¿Y a ustedes?, ¿que no les puede faltar en el equipaje?.


viernes, 25 de julio de 2014

El miedo


Me gusta escribir pero me cuesta, porque es abrir una ventanita de uno mismo y mostrarle un montón de cosas muy íntimas a un montón de personas. Bueno, no sé si un montón, más bien, a todo quien le interese pasar por aquí. 

Este post lo llevo masticando meses en mi cabeza, por eso a veces me demoro tanto en actualizar esto. Porque lo que escribo lo pienso mucho, lo redacto y ordeno mil veces dentro de mi cabeza para recién empezar a escribir.

Hace meses que quiero hablarles del miedo. No porque tenga tanto que decir, poetas y filósofos pueden hablar de él mucho mejor que yo, pero me interesa tratarlo por una pregunta que mucha gente me hace cuando ando viajando o planeando un viaje sola: 

¿Y no te da miedo?.


No siempre nos sentimos los reyes del mundo. 
San Pedro de Atacama, Chile. 2008.

Uno desde siempre lo siente y lo reflexiona, pero empecé a pensar en serio sobre el miedo (desde el contexto del viaje) en Colombia, cuando me estaba cambiando de pueblo (otra vez) y me pregunté a mi misma ¿porque me hago esto?, puta, armar la mochila otra vez, despedirme de amigos otra vez, llegar a un lugar donde no conozco a nadie, buscar casa, conocer los barrios, la gente... 

Despedirme, otra vez... Avanzar a lo desconocido.

Sobretodo con lo que me cuesta desprenderme, despedir ciudades, amigos, ríos, comadres, hábitos, amores, plazas, madrecitas y padrecitos, ferias, carnavales y enemigos...

Claro que da miedo, siempre respondo eso cuando me preguntan. ¿Y no te da miedo?, claro que me da miedo, estar en la ruta, sola, medio a la deriva, estar siempre sin entender muy bien lo que pasa alrededor, tomando decisiones, a veces buenas, a veces pésimas. 


Acuérdense que el machismo mata.
Ciudad de Guatemala. 2013.


¿Miedo a qué? Miedo a lo desconocido, a no encontrar lo que busco, a que no salga todo como yo pienso. Miedo a la traición, a la enfermedad, a la pérdida de alguien querido, miedo a lo que pueda pasar en casa estando yo lejos, miedo a lo que pase en el destino al que voy, miedo al fracaso, miedo al éxito, miedo a la libertad, a perder la esperanza.

Pero el miedo se diluye. Al menos yo nunca dejo de sentirlo del todo, pero se apacigua.

Se mantiene a la raya cuando me acomodo con mis chivas a la orilla de una carretera, cuando el miedo se enfrenta a la adrenalina y a la expectación, cuando el viento me revuelve el pelo, y el sol me pega en la cara, cuando me subo al pick up de una camioneta, cuando miro, maravillada, un nuevo paisaje y pienso: "padelante es pallá". 




Con los amigos soñando el futuro. 
Maitencillo, Chile. 2007.


martes, 8 de abril de 2014

Frutilandia

Hoy les voy a hablar de mi pueblo; Frutillar, el pueblito de nueve mil habitantes con un lago y cuatro volcanes.

El volcán Osorno y sus morados invernales.


Creo que me siento tan cómoda viajando porque tengo mi casa, mi pueblo, tengo mi lugar en el mundo en este lugar, que me adoptó a pesar de me santiaguina condición inicial.

Frutillar es una ciudad que queda en el sur del Chile, en el principio del fin del mundo. Está en la orilla de un lago, llamado Llanquihue, igual que la última glaciación y que en lengua indígena significa "lugar escondido". La verdad, es que así mismo es, ¡ese nombre lo define tan bien!. Sumergidos vivimos, en la cuenca del lago, rodeados de bosques y montañas.

A pesar de que cada vez llega cada vez más gente, Frutillar ha cambiado poco en los últimos años, sigue siendo un pequeño secreto a voces del sur del mundo, y no cuenta con el nivel de visitantes de Torres del Paine, Valparaíso o San Pedro de Atacama. La gente, en general, viene de paso, está algunas horas disfrutando de la playa y de los kuchenes pero sigue su camino hacia Puerto Varas, Chiloé o Carretera Austral.

Autofoto invernal con café. Junio, 2012

A mi me gusta que sea así, que sea como un secreto, pequeño, con un ritmo lento y pausado, pero que a la vez se puedan ver en sus calles personas de los más diversos orígenes, niños de la costa, viajeros del oriente, brasileros buscando el frío, adultos mayores nortinos disfrutando de sus vacaciones. Me gusta en invierno, cuando los colores del cielo hacen que uno salga a la calle pese al intenso frío, cuando el lago parece mar, cuando mantener la casa temperada es un combate, cuando no anda nadie en la calle. 

Me es raro describirlo, me es raro escribirles como es mi pueblo a través de estos subjetivos ojos, estos ojos que viajan por todas partes, despreocupados porque tienen un destino, y ese destino siempre es Frutillar. 


Así es como siento que podría vivir muchos años en cualquier parte del mundo, pero la tierra tira. La tierra siempre tira. Y a mi me tira desde el sur. Siempre que salgo lo hago con una estrella en mi frente y con un ojo en mi hogar.