"Espero partir el
lunes por unos días al pueblito de Pai, si me gusta recibiré allá al nuevo
año. Luego quien sabe, iremos viendo en el camino".
Así nomás escribía la otra vez. Me sorprende lo inocente
que puedo llegar a ser cuando escribo estas leseras. La realidad fue que pasé el año
nuevo con unos amigos en un pueblito solitario con termas y cuevas (Chiang Dao).
Y de ahí me fui para Pai.
Pucha que me gustastes Pai.
Instálense que me largo a contarles, hasta videíto les puse esta vez.
Instálense que me largo a contarles, hasta videíto les puse esta vez.
La cosa es así, tiene
2.284 habitantes (según Censo 2006, así que añada un par de cientos, así al ojo,
más la población flotante), está lleno de música, y se vive en lo que acá
llaman “bungalow”.
Casa.
A mi alrededor, montañas, árboles de
papaya y fruta estrella. Una cocina y tres perros. La patrona es una señora muy
baja y flaquita llamada Big Mamma. Obvio que es una ídola. Armamos los mansos
planes para que mi mamita me pudiera llamar a su teléfono. Se reía
conmigo la mamachita. Yo le hacía gracias todos los días.
Compartimos el citè con el
más variopinto grupo de humanos: desde un heroinómano árabe, hasta una nana
ucraniana. Se podrán imaginar. Podíamos montar un pequeño "freak show" en
cualquier momento.
Todo pasaba en torno a la
mesa de la cocina, pero para la privacidad uno se iba al rio o a los árboles, y
para, el trabajo, a la oficina.
¡Hasta empecé a escribir un libro el otro día!
Así se me fueron los días,
las semanas más bien.
Pero no crean que todo fue
flojera, porque también he trabajado y paseado.
Porque en total he estado
tres semanas en Pai, pero he ido y vuelto ya tres veces. Lo mejor es que cada
vez el camino me muestra diferentes caras de las montañas. Y cada vez la
población del “Guest House” se renueva.
Fui a Chiang Mai y me
volví. Siempre que salgo y vuelvo de Pai paso, al menos un día, en Chiang Mai.
Me quedan cientos de mercados que ver aún. En el de las pulgas me compré una
bicicleta. Les presento a mi avión:
También volví a Bangkok y
lo conocí un poco mejor. Vivía en un lugar que era como una burbuja dentro de
la locura de la capital. Oíamos el sonido de uno de los cientos de ríos y
canales. Al lado había un parque con stupa y todo. Y una amiga tailandesa me
saco de paseo. Anita creció allá y nos mostró unas cosas increíbles.
Este era
su edificio favorito de la ciudad.
Y de ahí solita para
Ayutthaya, el sitio arqueológico que, según dicen todos, es más bacán que el de
Sukothai (es mentira, no hay como Sukothai).
Fui en tren porque me dio
susto salir de Bagkok en bicicleta.
Me encantan los trenes.
Sentarme en el
“entrecarro” a fumar un pucho, mirando el paisaje es lo mejor.
En tren llegué a
Ayutthaya, capital del reino del mismo nombre entre 1.350 y 1.767 (adivinen:
¡ese año llegaron los birmanos!).
Luego del paseo en tren
crucé uno de los canales para llegar al centro de la ciudad, donde hay tres sitios
arqueológicos. Lo que a mí no me gustó, es que la ciudad es gigante, entonces
al lado de los sitios hay unas autopistas enormes, llenas de ruido y de gente, es
complicado llegar, y para cada sitio hay que pagar una entrada diferente. Pagué
la entrada solo al que tiene la gran cabeza de buda entre las raíces. A eso
vine a Ayutthaya.
Menos mal no estaba tan
lleno.
Igual era raro ver a todo
el mundo haciéndose selfies con el buda atrás.
A ver esto vinimos.
El parque es bonito, pero
el calor es impresionante y no hay ni un árbol. Lo que sí, el buda es hermoso y
me comí la mejor sopa de 15 baths del universo.
Así que eso, unas vueltas
en bici alrededor de las stupas, colarse a una, mirar los templos y shaoooooo,
nos volvemos para las montañas.
Porque la casa es un
refugio entremedio de las montañas.
Esa mañana no sabía lo que me esperaba.
Tailandia me la había
estado haciendo demasiado fácil.
Yo me hacia la choriza,
pero la verdad es que me demoré tres días en llegar a Pai de vuelta.
El primer día salí
tempranito a la ruta y tuve un día de mierda, así, tal cual.
Avancé 400 kilómetros en
12 horas, en, por lo menos diez autos diferentes. Lloré dos veces, ¡dos veces!,
¡así en la mitad de la ruta!, ¡como una loca!.
Menos mal terminé en un
templo, ¡gracias templos!, en la mitad de la nada. Un caballero de un almacén me ayudó a comunicarme con el monje y juntos me armaron un nido. El monje muy tierno a la mañana siguiente me dio café con leche y galletitas.
Feliz partí el día dos. En 4 horas ya estaba en Chiang Mai. Parada. Cerveza
con los amigos. Más feliz, al día tres, paseando por Chiang Mai tempranito en la
mañana me digo, a la mierda todo, me voy para Pai ahora, como le contaba a una
amiga, a anidar y celebrar el cumpleaños de mi madre. Una semanita
más en Pai.
Después de eso me volví
para Chiang Mai, tengo que ir al consulado chino a sacar la visa. Y más
adelante, quién sabe… Ya les contaré.